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14 diciembre 2020 Jairo Varela, el maestro que exportó la salsa colombiana

En 1990 se realizó un concurso de votación popular para elegir las cien mejores canciones colombianas de todos los tiempos. En medio de las críticas que recibió aquel certamen (y también de los elogios), destacó la presencia de una canción de salsa, la única de las cien, en medio de un mar de bambucos, joropos, pasillos, bundes, cumbias y porros: Cali pachanguero. No importa cómo se llegó a aquella elección ni qué pasaría si esto se realizara hoy. Importa que ese fue el primer reconocimiento del mundillo musical colombiano hacia el talento de Jairo Varela como compositor.

Existen dos Jairos Varelas. Este, que en aquel momento, en el pináculo de su creatividad, se puso a la altura de Galán, Barros, Escalona, Murillo, Villamil o Lucho Bermúdez, y el otro, el creador del Grupo Niche, representante uno-A de un estilo que se conoce como salsa caleña.

El primer Jairo Varela fue, es y será un prodigio, un talento natural para dotar de las armonías adecuadas una serie de evocaciones costumbristas modernas y una gran cantidad de declaraciones de amor. No se diferencia por ello de otros, es verdad, pero lo hizo tan bien que no hay una sola persona en Colombia que no sepa al menos una estrofa de alguna canción suya.

Varela no siguió una línea determinada para escribir, tampoco iba con una libreta de notas a todas partes. Simplemente “le salía”. Cuando vivía en Bogotá y era empleado del Intra, tarareaba y apuntaba en cualquier papel versos en cuartetas, como si de un serenatero se tratara. Aunque no era salsa ni son. Eran baladas que decían cosas como: “Una mirada bastó, así sucedió, ausentes las palabras, mi cuerpo vibró”.

Nuestro sueño es de aquella época, solo que Varela la guardaría a buen recaudo durante más de una década. Y la razón es que él decidió apostar en un comienzo por creaciones con acento chocoano. Posiblemente, se haya debido a la presencia de tantos paisanos suyos en ese primer Niche, o a los arreglos de Alexis Lozano, o a una creación colectiva que él firmó como líder. Pero esa apuesta fue magnífica, con unas letras y una rítmica que aunaban currulao y montuno a partes iguales: “¡Ay!, que me muero de amores, señores; que me duele el ombligo, Cirilo; que me voy caminando. ¿Pa’ dónde? A la casa del conde. ¿Y a qué? Eso sí no lo sé, ¡ay!, mis enemigos”.

Pero luego llegó otro tratamiento de esas composiciones. Una especie de revisión de lo que la salsa puertorriqueña y neoyorquina hacían, para invertir el esquema. Por lo general, una canción de salsa está conformada por introducción instrumental, canto solista, coro, improvisación instrumental y coda. Varela metió el coro al comienzo para promover el baile e intensificar el impacto, no en todas las letras, pero sí en algunas de las más famosas: “Del puente para allá, Juanchito; del puente para acá está Cali”.

El toque romántico

Y se pudo haber quedado ahí y pudo haber pasado a la historia con ese y con el anterior enfoque, pero resultó que la salsa romántica cobró una fuerza inusitada y el baladista que llevaba por dentro, el admirador del Club del Clan, el amigo de los cantantes de la vieja farándula setentera de Bogotá, hizo erupción. Y aparecieron las canciones con introducción lenta y con un desarrollo salsero más formal. No hizo salsa romántica, pero sí implantó en su orquesta un concepto romántico de la interpretación.

Alguna vez le pregunté por todo esto, pero nunca vio como un orden secuencial su labor de compositor. Volvió a decirme que a él “le salía” y que siempre había sido un músico capaz de medírsele a todo. Yo en aquel tiempo (mediados de los 80) no creía en Niche, me molestaba su sonido y consideraba impostados sus coros tan agudos. A muchos salseros de mi generación les pasó igual y les sigue pasando igual, pero es que ahí justamente entra en escena el segundo de los Jairos Varelas.

El Grupo Niche fue para la salsa colombiana lo que la selección de Maturana significó para nuestro fútbol. Una generación extraordinaria tuvo la oportunidad de componer, arreglar y grabar y darse a conocer en todo el mundo. Nadie lo había hecho hasta entonces con tanta contundencia empresarial y discográfica, ni siquiera Joe Arroyo, que tenía todo el talento para hacerlo. Ni siquiera Fruko, que tenía todo el respaldo para explotarlo. Niche fue un concepto, una marca, un sello de identidad ciudadana, una orquesta capaz de fichar estrellas internacionales de la música y de competir de igual a igual con cualquiera en cualquier terreno. Lo pudo haber hecho Fruko, lo pudo haber hecho Arroyo, pero ese fue el tiempo de Niche.

Dirigido por Varela con la política del palo y la zanahoria, Niche fue el símbolo de una Cali glamorosa que llegó a tener hasta 50 orquestas de salsa en plena actividad. Luego fue Niche Business Enterprises, en Miami. Una época dorada para el mundo de la noche, pero, para bien o para mal, otra época, que si vuelve, volverá de otra manera.

Aún sigue sin llenarme del todo Niche. “Cada vez que lo escucho me dan ganas de ir a San Andresito”, me dijo cierta vez Eduardo Arias. Tiene un estilo distinto y diferente de la salsa de Caracas, San Juan, Lima, Nueva York o Medellín; pero, de todas formas, un estilo que se le debe a él y que está incrustado en nuestra historia moderna, en la banda sonora de nuestros recuerdos más queridos. Podría hacer parte perfectamente de algún sketch de La pelota de letras, porque ¡a ver quién no lo ha bailao!

Jairo Varela no era un buen lector, pero escribía. Jairo Varela no era un dechado de virtudes, le faltaba don de gentes, era empecinado y a veces desafiante, y le podía su temperatura y su ají, pero tenía un talento descomunal. Más colombiano, imposible.

Cinco momentos claves

El nacimiento de Niche – 1978

De un fugaz encuentro entre Jairo Varela y su paisano Alexis Lozano, en el centro de Bogotá, nace la intención de formar un grupo de música bailable y salsa que a la vuelta de un año se llamaría Niche.

Un ‘fichaje’ de lujo – 1986

Debuta con Niche el cantante puertorriqueño Tito Gómez, exmiembro de la orquesta de Ray Barretto y de la Sonora Ponceña. Ha sido el fichaje más importante en la historia de la salsa colombiana.

El ‘hit’ que lo catapultó – 1984

Varela lanza el álbum que significaría un antes y un después en su discografía y en la de la salsa colombiana, ‘No hay quinto malo’, bajo el sello Codiscos, que incluía los éxitos ‘Cali pachanguero’ y ‘La negra no quiere’, entre otros.

La senda internacional – 1988

Comienza el proceso de internacionalización de Niche con la grabación del álbum ‘Tapando el hueco’, en Miami, y la inclusión de canciones suyas (en inglés) en el filme ‘Salsa’, de Boaz Davidson.

Moviéndose en la industria – 1996

Finaliza su contrato con el sello Codiscos y firma con Sony Music, al tiempo que trata de consolidar su sello discográfico particular, Music/Niche Disco, con el que produjo a la orquesta Alma de Barrio.JOSÉ ARTEAGA
Para EL TIEMPO.COM

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